Ibid.

IBID por H.P. Lovecraft

(“…como Ibid dice en su famosa Vidas de poetas”. De un estudio erudito)

La errónea idea de que Ibid es el autor de las Vidas es algo tan extendido, incluso entre gentes que pretenden disfrutar de cierto grado de cultura, que hace preciso corregirla. Hay que hacer saber a todo el mundo que es Cf. el responsable de ese trabajo. La obra maestra de Ibid, por otra parte, es el famoso Op. Cit., donde todas las claves culturales grecorromanas se encuentran plasmadas con enorme perfección… y una agudeza suprema, habida cuenta la fecha, sorprendentemente tardía, en la que Ibid la escribió. Existe la falsa idea - habitualmente reproducida en libros modernos, previos a la monumental obra de Von Schweinkopf, Gestichte der Ostrogothen in Italien- de que Ibid era un visigodo romanizado, perteneciente a la horda de Ataúlfo que se asentó en Plasencia sobre el 410 d. de C. Nunca se insistirá lo suficiente en lo contrario, ya Von Schweinkopf, y después de él Littlewit (1) y Vêtenoir (2), han demostrado con pruebas irrefutables que esta figura, llamativamente solitaria, era un romano de pura cepa -o al menos de tan pura cepa como esa era degenerada y bastarda podía producir-, y de él podría decirse lo que afirmaba Gibbon de Boecio: “Que era el último de aquellos a los que Catón o Tulio podrían haber reconocido como compatriotas”. Era, como Boecio y casi todos los hombres eminentes de esa era, de la gran familia Anicia, y trazaba su genealogía con gran exactitud y orgullo, hasta todos los héroes de la república. Su nombre completo -largo y pomposo, según la costumbre de una era que había perdido la trinómica simplicidad de la nomenclatura clásica- era, según Von Schweinkopf (3), Cayo Anicio Magno Furio Camilo Emiliano Cornelio Valerio Pompeyo Julio Ibid, aunque Littlewit (4) rechaza Emiliano y añade Claudio Decio Juniano, mientras que Bêtenoir (5) discrepa radicalmente, dando el nombre completo de Magno Furio Camilo Aurelio Antonino Flavio Anicio Petronio Valentiniano Egido Ibid. El eminente crítico y biógrafo nació en el año 486, poco después de que los romanos perdieran la Galia a manos de Clovis. Roma y Ravena rivalizan en lo tocante al honor de su nacimiento, aunque está probado que estudió retórica y filosofía en las escuelas de Atenas… ya que la gravedad del cierre de las mismas, decretado por Teodosio un siglo antes, ha sido exagerado con gran ligereza. En 512, bajo el benigno reinado del ostrogodo Teodorico, lo encontramos como profesor de retórica en Roma, y en el 516 detentó el consulado Pompilio Numancio Bombastes Marcelino Deodanato. A la muerte de Teodorico, en 526, Ibidus se retiró de la vida pública para componer su celebrado trabajo (cuyo puro estilo ciceroniano es tan destacable, en cuanto a atavismo clasicista, como los versos de Claudio Claudiano, que escribió su obra un siglo antes que Ibidus); pero más tarde recibió nuevos honores, siendo nombrado retórico cortesano por Teodato, sobrino de Teodorico.

Con la usurpación de Litigio, Ibidus cayó en desgracia y estuvo preso durante algún tiempo; pero la llegada del ejército bizantino de Belisario le devolvió pronto la libertad y los honores. Durante todo el sitio de Roma sirvió con bravura en el campo de los defensores, y luego siguió a las águilas de Belisario por Alba, Porto y Centumcellae. Tras el sitio franco de Milán, Ibidus fue designado para acompañar al erudito obispo Dacio a Grecia, y con él vivió en Corinto, en el año 539. Hacia 541 se trasladó a Constantinopla, donde recibió todos los honores imperiales posibles, tanto por parte de Justiniano como de Justino II. Los emperadores Tiberio y Mauricio también lo honraron en la vejez y contribuyeron en gran medida a su inmortalidad, sobre todo Mauricio, aficionado a trazar su genealogía hasta la vieja Roma, pese a haber nacido en Arabiscus, Capadocia. Fue Mauricio quien, teniendo el poeta 101 años, ordenó que su trabajo fuese libro de texto en las escuelas del Imperio, algo que pasó factura fatal a las emociones del anciano retórico, ya que éste murió pacíficamente en su casa, cerca de la iglesia de Santa Sofía, en el sexto día antes de las calendas de septiembre, en el 587 d. de C., a los 102 años de edad. Sus restos, a pesar del turbulento estado de Italia, fueron enviados a Ravena para su inhumación, pero acabó siendo enterrado en el suburbio de Classe, de donde fue exhumado y escarnecido por el duque lombardo de Espoleto, que envió su cráneo al rey Autharis para que lo usase como copa ceremonial. El cráneo de Ibid fue pasando orgullosamente de rey a rey de la dinastía lombarda.

Tras la captur de Pavía por Carlomagno, en 774, el cráneo fue arrebatado al poco sólido Desiderio y llevado entre el botín del conquistador franco. Fue de esa copa, de hecho, de donde el Papa León administró la real unción que convirtió al caudillo bárbaro en emperador romano. Carlomagno se llevó el cráneo de Ibid a su capital de Aix y no tardó en enviárselo a su maestro sajón Alcuino y, tras la muerte de este, fue remitido a su gente, en Inglaterra. Guillermo el Conquistador, cuando se topó con él en un nicho de la abadía, en donde lo había depositado la pía familia de Alcuino (creyendo que era el cráneo de un santo (6) que había derrotado milagrosamente a los lombardos con sus plegarias), rindió reverencia a su ósea antigüedad, e incluso los toscos soldados de Cromwell, al destruir la abadía de Ballylough en Irlanda, en 1650 (adonde había sido transportada secretamente por un católico devoto en 1539, cuando el rey Enrique VIII ordenó la disolución de los monasterios ingleses), no osaron dañar una reliquia tan venerable. Pasó a manos del soldado Read’em-and-Weep Hopkins, que no tardó mucho en vendérselo a Rest-in-Jehovah Stubbs a cambio de una pieza de tabaco de Virginia. Stubbs, al enviar a su hijo Zerubabbel a buscar foruna a Nueva Inglaterra en 1661 (ya que consideraba nociva la atmósfera de la Restauración para un joven pío), le dio el cráneo de San Ibid -o mejor dicho, del Hermano Ibid, puesto que sentía horror ante todo cuanto sonase a papista- a modo de talismán. Tras desembarcar en Salem, Zerubabbel lo colocó en la repisa adjunta a la chimenea, ya que se construyó una casa modesta junto al pozo de la ciudad; y habiéndose convertido en jugador empedernido, perdió la calavera a manos de un tal Epenetus Dexter, un forastero de Providence. El cráneo se hallaba en la casa de Dexter, en la parte norte de la ciudad, cerca de la actual intersección entre las calles North Main y Olney, durante la razzia de Canochet del 30 de marzo de 1676, en tiempos de la guerra del rey Felipe; y el astuto sakem, reconociéndolo al punto como algo singularmente venerable y digno, lo envió como símbolo de alianza a una facción de los pequots de Connecticut, con los que estaba en negociaciones. El 4 de abril fue capturado por los colonos y ejecutado sin dilación; sin embrago, la austera cabeza de Ibid prosiguió sus vagabundeos.

Los pequots, debilitados por una guerra anterior, no pudieron enviar a los ahora amenazados narragansetts ayuda, y en 1680 un comerciante de pieles holandés de Albano, Petrus van Schaack, compró el distinguido cráneo por la modesta suma de dos guilders, ya que había reconocido su valor gracias a la inscripción, medio borrado, tallada en minúsculas lombardas (hay que destacar aquí que la paleografía era una de las disciplinas más extendidas entre los tratantes de pieles de Nueva Holanda en el siglo XVII).



Hay que decir que a Van Schaack le robó la reliquia, en 1683, un comerciante francés, Jean Grenier, cuyo celo católico le permitió reconocer las formas de alguien al que, gracias a las enseñanzas de su madre, había aprendido a reverenciar con el nombre de San Ibide. Grenier, encendido de virtuosa rabia al descubrir que ese símbolo sagrado estaba en manos de un protestante, hundió una noche la cabeza de Van Schaack con un hacha y huyó al Norte con su botín; pero pronto fue, no obstante, robado y muerto por el vagabundo mestizo Michel Savard, que se apoderó del cráneo - a pesar de que su analfabetismo lo preservó de reconocerlo- para añadirlo a una colección de piezas semejantes, aunque mucho más recientes.
A su muerte en 1701, su hijo mestizo Pierre la envió junto con otros objetos a los emisarios de los sacs y foxes, y fue descubierta en el tipi del jefe, una generación más tarde, por Charles de Langlade, fundador del puesto comercial de Green Bay, Wisconsin. De Langlade trató a ese objeto sagrado con la adecuada veneración y lo engalanó con multitud de cuentas de cristal; pero después de eso acabó en otras manos, habiendo sido vendido, en los asentamientos en la cabecera del lago Winnebago, atribus situadas en el lago Mendota y, por último, a principios del siglo XIX, a un tal Solomon Juneau, un francés, en el nuevo puesto comercial de Milwaukee, en el río Menominee y en las orillas del lago Michigan.

Vendido más tarde a Jacques Caboche, otro colono, éste la perdió en 1850 en una partida de ajedrez o póquer con un inmigrante llamado Hans Zimmerman, que lo usó como jarra de cerveza, hasta que un día, bajo el influjo de los contenidos, cayó rodando desde el porche al camino herboso situado junto a su casa, y allí cayó en la madriguera de un perro de la pradera, donde su dueño, al despertar, no pudo ni encontrarla ni recobrarla.
Así que, durante generaciones, el santificado cráneo de Cayo Anicio Magno Furio Camilo Emiliano Cornelio Valerio Pompeyo Julio Ibidus, cónsul de Roma, favorito de emperadores y santo de la iglesia romana, yació oculto bajo el suelo de una ciudad en crecimiento. Al principio fue adorado, mediante ritos oscuros, por los perros de la pradera, que vieron en él una deidad enviada desde el mundo superior, pero luego cayó en el más profundo olvido, al tiempo que los simples y desangelados habitantes de las madrigueras sucumbían ante las embestidas de los conquistadores arios. Se abrieron alcantarillas, pero no llegaron hasta él. Se levantaron casas -2.303 o más-, y al cabo, una noche espantosa, tuvo lugar un suceso titánico. La mística naturaleza, convulsa por un éxtasis espiritual, como la espuma de esas primitivas bebidas de la región, abatió lo elevado, elevó lo abatido y… ¡alejop! Cuando llegó el alba rosada, los burgueses de Milwaukee se levantaron para encontrar ¡una primitiva pradera convertida en tierras altas! Inmensa, hasta más allá de la vista, había resultado la zona tocada por el gran alzamiento. Los arcanos subterráneos, ocultos durante años, habían salido por fin a la luz. Y allí, intacto en mitad del quebrado camino, ¡descansaba blanqueada y tranquilamente con santificada y consular pompa el redondeado cráneo de Ibid!

1 Rome and Byzantium: A Study in Survival (Waukesha, 1869), vol. XX, p. 598
2 Influences Romains dans le Moyen Age (Fond du Lac, 1877), vol. XV, p. 720.
3 Siguiendo a Procopio, Goth. x.y.z.
4 Siguiendo a Jornandes, Codex Murat. x.x.j 4144.
5 Después de p. 50.

6 Hasta la aparición del trabajo de Von Schweinkopf en 1797, San Ibid y el retórico no eran
reconocidos como el mismo personaje.


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Una maravillosa y satírica narración por Lovecraft. Cargado de humor, al leerlo no pude resistir postearlo. Por cierto recomiendo mucho el Opus Citate del señor Ibid, que por cierto abarca diferentes áreas. Si no entendió esta talla, no entendió el chiste de TODO el texto de H.P. Por cierto, la gran moraleja de historia es lo insignificante del hombre, de su historia y sus obras.

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