Inspiración - Parte I
Por más que lo intentara, no salia nada del lápiz. Estaba seco, sin ideas, sin inspiración. Le inundo una ola de rabia y angustia. Un mes sin escribir, hasta firmar un cheque le costaba trabajo. Es verdad, pensó, uno se oxida. Y al igual que los metales, ocurre cuando hay mucha exposición. Todo partió a finales del invierno.
Había decidido desligarse de todo e irse a vivir lejos, casi incomunicado. No quería saber nada de horarios, editores, fechas limite u otros. El año anterior y el inicio de ese año habían sido terribles, largos, cargados de trabajos insulsos. Y llego el momento en que se asqueo de ser un escritor mercenario. Tomo todos sus ahorros, su perro, su notebook, su colección de comics del Dr. Mortis, sus libros y viejos vinilos, los subió a un destartalado auto, heredero de sus años de estudiante y partió al sur.
No tenia una idea clara de donde ir, sabia que al sur, donde habían bosques y lluvias, soledad y dignidad. Pero no sabia exactamente donde. Las primeras horas de viaje fueron de clara decisión, pero a medida que cambiaba el paisaje fue preguntándose donde le llevaba el camino. Cada vez que debía parar para hacer sus necesidades, las del perro, cargar bencina o comer analizaba el ambiente, hablaba con la gente y decidía seguir más al sur. Aun había mucha civilización para él. ¡Quizás una isla! Pensaba entusiasmado, aunque no sabia como vivir allí, tan aislado (por más que quisiera irse lejos, no era un Alexander Supertramp ni nada tan radical). Finalmente cayo la noche cerca de Los Ángeles y decidió parar en una hostería para camioneros. El viejo que atendía a regañadientes le dejo quedarse con su perro, un pequeño quiltro de pelo corto y pocas palabras (parecía siempre imbuido de un placentero estado introspectivo) que seguramente era mezcla de razas de madrigueros. Antes de dormir, salio con el perro a dar una vuelta por los alrededores de la hostería (que solo tenia como vecinos un galpón que hacia las veces de taller agrícola y un minimarket) y fumar un cigarro. Viendo a lo lejos un cerro con un pequeño bosque en él, decidió que viviría en un lugar boscoso, es decir desde Concepción hacia abajo.
Al día siguiente partió decidido a llegar a algún pueblo con las comodidades básicas, pero donde no regia el reloj. Sabiendo que Concepción y sus alrededores son pequeños Santiagos y que el área cordillerana se convierte en un gran resort, decidió seguir hacia Temuco. Le sorprendió el abandono y la problemática de la región. Finalmente tras no saber donde ir llego al mar. Puerto Montt. Confundido, busco un lugar donde alojarse con el perro. Finalmente, tras recorrer un laberinto de viejas calles sobre el puerto llego a una vieja casa de madera donde le arrendaron una pieza para él y el perro. Por las características del barrio, no decidió a salir a caminar de noche pero entablo una larga conversación con la mujer dueña de la casa; una chilota de mediana edad entrada en carnes. Al principio le costo entender los modismo y el tono de voz, pero finalmente se acostumbro. Así, tomando los consejos de la señora y como esta le contaba del hogar de su niñes, se decidió a seguir por la carretera Austral, quizás hasta Hornopirén o Chaiten.
No tenia una idea clara de donde ir, sabia que al sur, donde habían bosques y lluvias, soledad y dignidad. Pero no sabia exactamente donde. Las primeras horas de viaje fueron de clara decisión, pero a medida que cambiaba el paisaje fue preguntándose donde le llevaba el camino. Cada vez que debía parar para hacer sus necesidades, las del perro, cargar bencina o comer analizaba el ambiente, hablaba con la gente y decidía seguir más al sur. Aun había mucha civilización para él. ¡Quizás una isla! Pensaba entusiasmado, aunque no sabia como vivir allí, tan aislado (por más que quisiera irse lejos, no era un Alexander Supertramp ni nada tan radical). Finalmente cayo la noche cerca de Los Ángeles y decidió parar en una hostería para camioneros. El viejo que atendía a regañadientes le dejo quedarse con su perro, un pequeño quiltro de pelo corto y pocas palabras (parecía siempre imbuido de un placentero estado introspectivo) que seguramente era mezcla de razas de madrigueros. Antes de dormir, salio con el perro a dar una vuelta por los alrededores de la hostería (que solo tenia como vecinos un galpón que hacia las veces de taller agrícola y un minimarket) y fumar un cigarro. Viendo a lo lejos un cerro con un pequeño bosque en él, decidió que viviría en un lugar boscoso, es decir desde Concepción hacia abajo.
Al día siguiente partió decidido a llegar a algún pueblo con las comodidades básicas, pero donde no regia el reloj. Sabiendo que Concepción y sus alrededores son pequeños Santiagos y que el área cordillerana se convierte en un gran resort, decidió seguir hacia Temuco. Le sorprendió el abandono y la problemática de la región. Finalmente tras no saber donde ir llego al mar. Puerto Montt. Confundido, busco un lugar donde alojarse con el perro. Finalmente, tras recorrer un laberinto de viejas calles sobre el puerto llego a una vieja casa de madera donde le arrendaron una pieza para él y el perro. Por las características del barrio, no decidió a salir a caminar de noche pero entablo una larga conversación con la mujer dueña de la casa; una chilota de mediana edad entrada en carnes. Al principio le costo entender los modismo y el tono de voz, pero finalmente se acostumbro. Así, tomando los consejos de la señora y como esta le contaba del hogar de su niñes, se decidió a seguir por la carretera Austral, quizás hasta Hornopirén o Chaiten.
-
Imagen de mi amigo Nicolás
Imagen de mi amigo Nicolás
Comentarios